La obra como cuerpo ausente

  

                                                                                                       por Jorge Garnica

 

Un muro corta la sala de exposición de El borde, espacio alternativo situado en los límites de lo que hoy llamamos Palermo viejo, está construido con ladrillos de papel. Cada ladrillo ha sido pacientemente armado sobre la base de otro real por Aili Chen, quien los envuelve para contenerlos y tomar la forma del cuerpo que desea. Aili ocupa buena parte de sus días en esta tarea ímproba, según nos cuenta Jorge Macchi -testigo de esa íntima actividad-, en el texto que acompaña la muestra. Luego la artista toma los ladrillos empaquetados y los abre para quitar el contenido que le dio existencia, y, entonces, obtener un volumen de fisicidad similar. Sumará días de trabajo y cantidad de cuerpos (ladrillos) con los que finalmente construyó su muro;  paradojalmente para comunicarse con nosotros.

Hay incomodidad inocente y cierto desconcierto entre algunos de los presentes en la vernnisage. Al hablar con ellos encuentro que todos se remiten al mismo significante: minimalismo; no lo saben con certeza pero el ejercicio de asistencia regular a exposiciones de arte los lleva a esa conclusión. Tenemos dudas.

Sentarse a diario a producir el encuentro de  nuestras manos con un cuerpo árido -como lo es un ladrillo-, manipular ese objeto de barro cocido entre los dedos, exigiría de cierta preparación, pensemos en la repetición (ha fabricado centenares).

Desde nuestra mirada occidental –además sabemos que Aili desciende de orientales- esta  tarea podría ser interpretada como una penitencia, algo supliciante. Más preguntas...

De todas maneras los ladrillos construidos en base a papeles y que guardan relación con la estructura corpórea ausente, son presentados a modo de instalación en una galería de arte, se acompaña la muestra con un texto de un artista conceptual reconocido, se imprime una tarjeta de las usuales para convocar a una exhibición de artes plásticas, se goza de una vernissage, como en cualquier exhibición de arte convencional. Hay legitimación inmanente. Nos tranquilizamos.

El muro que divide armónicamente la sala está iluminado por detrás, del lado inaccesible, los observadores sólo tenemos vista desde un único lado, con la posibilidad de observarlo como a todo dispositivo plástico bidimensional, por ejemplo una pintura cualquiera. El acceso a otras áreas del espacio no está dificultado por su existencia; no molesta. Existe y goza de su vida efímera (sospechamos).

Retomando la idea de establecer un paralelo con la contemplación de una pintura (u otro tipo de obra tradicional),  podemos decir que al hacerlo se produce un despliegue de nuestro aparato interpretativo (maquínico) y sensorial. Conjeturamos y aventuramos posibles relatos que alimentaremos con la carga de sentidos que dispongamos y de acuerdo al comportamiento de nuestra conciencia.

Si confrontáramos nuestro parecer con otras miradas nos sorprenderíamos por la multiplicidad de otras lecturas que se pueden obtener. Esto delata la existencia del límite de interpretación (lectura) por cada uno de nosotros, observadores. Metafóricamente: opacidad.

Aili Chen crea con sus manos un artefacto de rango artístico, modular, de aparente inutilidad, lo articula en base a un primitivo gesto constructivo y nos traslada hacia una comarca conocida –la del arte contemporáneo-  para que disfrutemos. Sorprende por lo inusual del procedimiento: una tarea ludico-artesanal modesta, que muestra su singularidad, tanto de construcción como de resignificación del objeto. Nos hace transitar por su territorio y encausa la forma de su deseo en una metáfora de intransferible carga personal. Mitting.

 

                                                                                    20 de noviembre de 2004