Mix de lunas

 

   El declive de la religión coincide con la aparición de la fotografía.

                                                                                    John Berger

 

   Mucho y variado se ha escrito sobre la luna. Ícono romántico, centro de atención mística y obsesión de la ciencia con fines políticos hasta los sesentas. En apariencia luna está sola

–nosotros también-. Y es este el punto de atracción central que tiene para nuestras vidas: el metafísico.

   Allí está ese astro celeste rigiendo nuestros humores, para los esotéricos y los escépticos por igual. No hay resquicio cultural que no esté atravesado por su mitología. Nuestros sueños infantiles, nuestras precariedades adolescentes y los anhelos maduros, son alcanzados por su imagen; nos sirve para ilustrarlos. Vehículo sagrado de fantasías. Símbolo atávico, primitivo; influye en nuestras conductas, bien lo sabemos.

 

   Desde hace dos años, la pintora Claudia Balsategui alterna su vida entre la ciudad de Buenos Aires y el mar de Necochea. Ha elegido ese lugar como espacio de retiro espiritual y allí medita.

   “Una noche descubrí la luna de una manera diferente y la fotografié…”, nos dice. Fijó el instante.

    A partir de ese suceso, al regresar a la ciudad, la artista se entregó al desciframiento de aquella imagen, y de una fotografía sencilla, articuló un mecanismo poético indagando en su interior. Para el proceso tomó distancia  mediante el uso de un programa de computación (Photoshop) y objetivizó, el documento gráfico, tanto como su emoción. Desconstruyó el objeto inicial (foto lunar) y la reconfiguró en un ejercicio lúdico, propio del hacer artístico y poético: se acotan regiones oscuras para resignificarlas en una cosmogonía reconocible, en principio para sí.    

   A partir de este ejercicio, Balsategui multiplica el registro primero en una serie modular con la frescura de un ciberkid, generando en la pantalla variantes de su experiencia privada. Expresión íntima y  ampliada. Reescritura sensorial, embellecida. El observador completará el proceso.         

   Sumergido bajo las capas (layers), el procedimiento aparecerá como nulo para el lego, y este es su mérito principal: no permitirnos el regodeo innecesario en cuestiones superficiales, que harían desaparecer el sentido de su producción.

   La fisonomía estereotipada de la luna muta en formas puras y nos invita al espectáculo de la razón, nada desechable en estas latitudes donde frecuentemente se ofrece el corazón a cambio de regalías.

   Las lunas de Balsategui son signos éticos proyectados a la órbita de lo público, imágenes intuitivas cargadas de emoción que dan paso al pensar. Distantes de la lógica consumista del mundo en que vivimos, fuera de los formatos propuestos por la industria cultural; próximas a nosotros.

  

 

                                                                                                    Jorge Garnica