La Patria es la Infancia
Por Jorge Garnica
Si tuviera que pensar en algo eterno en mi imaginario social, sin duda que la
presencia del celeste y blanco me tomarían. Es difícil abstraerse de la potencia
de esos colores grabados en el alma de todo argentino. Un ánimo escolar nos
retrotraerá –siempre- a un joven militar, soñador, contemplando el cielo junto a
las barrancas de un río. Río que como la historia nace de la confluencia de
cauces gestados en lejanas regiones. Así el ideario de nuestra Independencia y
los discursos que la alimentaron. Pero bien sabemos que el color que nos une es
el que distinguía a la corona española. Qué más da… Hoy es nuestro.
Nora Iniesta exhibe en la sala Prometeo de Centro Cultural
Recoleta, “La Patria Encontrada”, fotografías digitalizadas en la que se repiten
los tonos de nuestra bandera, en registros donde el carácter de lo escópico
sobresale.
A lo largo de su trayectoria esta artista conceptual (que no reconoce
academicismos) ha trabajado con un recursos característicos de la posmodernidad:
el recorte y la fragmentación, más la acumulación como estrategia compositiva a
modo de inventario. Combinando materiales “nobles” con otros no tradicionales.
En contraposición, su temática tiene rasgos distintivos de la modernidad;
confirmando la encrucijada epocal. El método investigativo transita –en
apariencia- el modelo de indagación escolar, se vale de este paradigma para
documentar fotográficamente, los materiales modestos de los nos servimos a la
hora de conmemorar efemérides patria. Son comunes a todas las clases sociales:
perlitas de plástico, papeles crepes, plumas, etc. Todos del color de nuestra
enseña nacional. El encanto de estas tomas radica en la mágica perpetuidad que
nos ofrecen, ya que al contemplarlas somos detenidos en el tiempo. Esta
suspensión anida en la vigencia de los sentimientos comunes.
Quienes hayamos recorrido, un poco, el país sabemos que es difícil encontrar
nuestra bandera izada fuera de un edificio público o plaza, pero estamos seguros
de que subyace en nuestro emocionalidad. Confluimos en ese punto de unión;
aunque sea para rechazarnos. Cualquiera de nosotros sabe que la subestimación y
el desprecio por el otro está latente en nuestra sociedad. Los términos
despectivos de los petiteros de antaño: villeros, negros, negro chorros, negra
puta, negro vago, grasa; el más actual; aún conviven con los gestos de
resentimiento de las clases populares tienen. No hace mucho escuchábamos el
sinceramiento de un político de origen humilde expresar su odio a los que tenían
autos de alta gama y otros beneficios capitalistas. Hoy el boom de la venta de
autos es el eslogan de campaña del signo político que este hombre defiende y
que, dice, lo haría con su vida. Al capitalismo ya no se lo combate sino que se
le demandan reglas claras.
Es que el dolor es muy grande y bajo la opacidad de los colores que nos unen, hay un tono siniestro que seguirá acompañándonos por mucho tiempo. Lo bello está dado por nuestra bandera pero quién puede asegurar que bajo el blasón están ausentes estas iniquidades claudicantes. Esto es política.
Hay en las provincias argentinas un nacionalismo acendrado y esto se pone de manifiesto en las innumerables festividades y encuentros regionales donde miles de personas esperan a sus ídolos musicales para verlos revolear un poncho y cantar canciones que no hace mucho tiempo nos hubieran costado una cesión de tortura frente a un señor con uniforme patrio. Resulta llamativo ver que en estas fiestas, las tribunas se colman de asistentes con deseos de ser tomados por la televisión y en su afán de distinguirse elevan láminas (del tipo escolar) con membretes comerciales, por lo general de propietarios de plantaciones donde el trabajo esclavo aún persiste.
Todas las fotografías que Iniesta exhibe nos remiten a esos materiales modestos de los que nos servimos para homenajear a la Patria. Son elementos pobres. Pobre es, además, la calidad del discurso que por lo general estamos habituados a escuchar y ver en nuestros representantes, salvo honrosas excepciones. Las palabras vacías de jóvenes-viejos, embebidos de discursos añosos, diseñado por las distintas dictaduras militares, siguen dominando la escena local.
Hacernos pensar que este celeste y blanco fue fruto del sueño de Belgrano, que French y Beruti repartían escarapelas celeste y blanca (eran de color rojo, de guerra a la corona. El rojo: mala prensa…); y que San Martín, un mestizo oculto por los sanmartinianos, fue un Santo y un modélico Padre tutelar, ha logrado que nuestro imaginario social se alimentara de equívocos. Tampoco hay que olvidar que junto a la creación de esta mística nos llegó con fervor la exaltación de la Virgen de Luján. Su color característico es, una vez más, el de la bandera; y no es cierto que su imagen haya quedado allí, detenida por un milagro, es otro ardid del poder. La madre, la familia, la propiedad… Y el rechazo a todo aquello que no configure deuda eurocéntrica es la consigna de la construcción de los valores argentinos. Recordemos el momento en que Alfredo Astiz, escuchando la sentencia que lo llevó a la cárcel –definitivamente-, se limpiaba de un polvo imaginario la escarapela que portaba. El gesto teatral reflejó la impunidad de un genocida, que en su impotencia final enlodaba nuevamente lo que para muchos de nosotros es símbolo de unión.
Nora Iniesta siempre ha exaltado la manera simple que
tenemos de adquirir conocimiento y amor por lo nuestro. Detrás de sus
fotografías, collages o instalaciones, se percibe su gusto por el rescate del
terreno sagrado de lo íntimo y popular. Haciendo gala de inteligencia emocional,
la artista nos invita a pensar, en esta operación donde los materiales sencillos
-documentados en fotografías- , nos transportan a una comarca meditativa y
romántica. Impronta femenina, dónde la palabra soplada nos llega como arrullo
histórico.
Noviembre de 2011