Autotextos. Acerca del artista que habla de lo propio. 

                                                                               por Jorge Garnica



Sumergirse en el caudal de palabras del propio texto artístico es tarea de riesgo, particularmente en mi caso lo considero necesario en oportunidades, no siempre. 

El intento de análisis o ventilación de aquello surgido desde lo emocional y del cenagoso universo de la memoria por parte de un artista, podría implicar la disolución de la trama poética que abriga a ésta y debilitar su recepción. Queda expuesto, pues, que todo camino a recorrer para desarticular un texto con fines clarificatorios por parte de su hacedor (literario, plástico, lírico en general), conlleva un corolario de desencanto; un adicional a modo de “insert” de difuso destino. Abismarse en un texto extra sin que este sea novedoso dentro de lo novedoso que se supone es una invención poética, podría tener un desenlace tautológico: un mal-decir del autor sobre su propia obra. Manifiesta un intento último por defender la identidad de aquello que siente como un desprendimiento de su ser en la proyección de su objeto. Serán en definitiva artefactos de dispositivos abiertos, ambos: la obra y el texto desplegado a partir de ella. 

Duda una vez más en la mirada de los otros (por eso resignifica y esto no implica necesariamente una postura paranoide, es simple función, lógica de su trabajo, por eso se es artista: un subversivo. No debemos regalarle este significante a nadie). Pero necesita de esas miradas para construirse –las necesitamos siempre-, sabemos del calor de ellas. 

Esta desconfianza por parte del artista que escribe sobre lo propio, habla del compromiso profundo que asume como autor y rara vez de una subestimación hacia quienes se dirige, observadores, lectores, teóricos, críticos, oyentes... Evidencia hasta qué punto éste ha comprometido su cuerpo con lo que hace. Se arriesga para neutralizar los “fetichismos interpretativos” de otros posibles textos que de su obra surjan, aun a sabiendas de que las posibilidades de lectura sobre todo objeto son múltiples. Quizás el temor a ver su historia desnaturalizada sea el acicate para esta otra escritura. Paradojalmente suele ir a modo de presentación como prólogo introductorio; ya sea en un libro, un catálogo o excepcionalmente en forma oral.

Nadie mejor que el autor para saber cuáles son las coordenadas estéticas que ha transitado; son muchas la voces que lo asaltan al momento de crear. Consciente o inconscientemente dialoga con ellas y la extensión de ese soliloquio resulta impensable sin el trato con quien esto se da, de lo contrario estaríamos frente a codificaciones cerrada, estereotipos, distante de lo que se espera de la labor de un artista. El signo se diluiría en analogía.

Escribe, narra, para decir él: “por aquí... por allá”, y de esta manera acotar los desvíos... desvaríos. 

Quién, con una frecuentación ligera puede aportar luz sobre lo creado por otros a lo largo de una existencia, quién desde una mirada fugaz sin sumergirse en el universo ético de quien produce o inventa está capacitado para aproximarse a la piel de eso que es nuestra obra; su corpus.

Pensemos en este intento último del artista como un acto feliz; trata de no quedar atrapado en juegos indeseables. Sería el esfuerzo que lo distanciará de la noción de pasión ese cáncer que abruma al arte enturbiando la vida intelectual de una sociedad (pienso la Argentina en particular). 

A excepción del amor pocas cosas gozan de tanta “buena prensa” como la pasión y sin embargo lo único que ofrece es su cárcel simpática. No muchos pueden decir que están exentos de caer en ella, todos en algún momento de la vida anhelamos un instante bajo su influencia. Lo sé, lo he visto, incluso en la mirada de aquellos que se dicen “duros”, racionales, materialistas. 

Entonces por qué revocar el intento último de un artista para que –si se me permite el término- no se malverse “su circulante”. Al pensar su propia obra un pintor, un poeta, un músico... esboza una sutil diatriba de conjuro en defensa de su identidad. Un artista no debiera quedar bajo el influjo romanticón de “ser asaltado por las musas”. Qué cosa más estúpida que creer que no se está pensando; siempre se piensa. Uno u otro.

Febrero / junio de 2006.